Acharya Skandavel: una reseña
Desde que puedo recordar, la experiencia humana la
he sentido un poco enrevesada y más bien aburrida. No
me malentendáis, siempre a pasado a través de los
movimientos bastante bien, logrando grados satisfactorios
de éxito a nivel escolar, social y de juego, pero
haciéndolo más desde la aversión a las
consecuencias de no jugar bien el juego
más que por el empuje sin esfuerzo de la
inspiración.
Mi familia es tan amable, amorosa y
sabia como uno pudiera desear, y estoy
bastante seguro de tener los mejores amigos
del mundo. He tenido una vida privilegiada
llena de ricas oportunidades y de
abundancia, y aún así siempre tuve una
sensación de anhelo y de soledad profundos,
pero ¿hacia qué? Ninguno de mis
semejantes y conocidos parecían tener
este conflicto; así que me preguntaba si
había algo fundamentalmente erróneo en
mí. Los sentimientos pesados nunca desaparecieron e
incluso se incrementaron, llevándome al empeño de la
exploración de la consciencia. Estos sentimientos de
carencia, junto con la serie de televisión Kung Fu, me
inspiraron y plantaron semillas espirituales tempranamente
en mi juventud.
Cuando era un niño (primeros años de la escuela elemental),
mi madre tuvo un profundo despertar espiritual,
similar a lo que uno podría leer en los principales
libros espirituales. Ella me dio la oportunidad de no ir a
la catequesis y quedarme en casa con ella para aprender
y experimentar la filosofía oriental, junto con textos de
metafísica y Nueva Era. A veces nos sentábamos bajo
una estructura piramidal de madera con un ápice de
cobre, alineada con las estrellas, sosteniendo tarjetas,
intentando leer la mente de los
demás. Ella me hablaba del cambio
energético que sucedería en
años venideros y en la velocidad
exponencial en la que se estaba
expandiendo la consciencia
humana. Ella compartió conmigo
muchas de sus propias experiencias
sagradas acerca de vidas
pasadas, visión a distancia y conversaciones
con seres astrales, y
me explicó la importancia de que
mi generación y las generaciones
siguientes facilitaran un “despertar
del sueño”… ¡Sí, era la mamá
que más molaba!
En los últimos años de escuela, pareció como si las
estrellas se alineasen de tal manera que realmente
conectase con alguna fuente de coraje y de fuerza. Me
sentí impulsado a superarme a mí mismo para ser lo
mejor que pude. Obtuve directamente sobresalientes en
la escuela por primera vez, fui colocado en las clases de
honor, destaqué atléticamente y dominé el arte del flirteo. Cada lunes por la mañana me desafiaba a mí mismo
a pasar la semana sin ser menos que impecable con mis
palabras, o a no fallar en mantener una actitud/trato positivos
hacia los demás, tal como a mí me gustaría que me
tratasen... ¡Buenos tiempos!
Justo cuando estaba logrando lo que parecía mi
“meta”, mi madre me recogió de la escuela y me llevó a
un restaurante de comida rápida (un suceso muy raro en
mi familia). Aunque mi intuición me dijo que algo
extraño iba a suceder, estaba suficientemente distraído (y
probablemente aletargado por las patatas fritas y el sandwich
de ternera y queso). Me quedé completamente conmocionado
por las palabras de mi madre… “Edmund, tu
padre y yo vamos a divorciarnos”. Al principio pensé que
era un chiste; quiero decir, mis padres nunca se había
peleado y nuestra dinámica familiar era la envidia de
nuestros amigos, y llegué a aprender mucho de la comunidad
en la que vivíamos. Lo siguiente que supe es que
estaba conduciendo hacia la costa este con mi padre, y
me apunté y desembarqué en la escuela preparatoria
que, irónicamente, era donde mis padres se conocieron.
Las vibraciones de la coste este eran increíblemente
abrasivas para mi sensibilidad de la costa oeste.
Tras un año de infierno en la escuela preparatoria,
alcancé mi límite de tolerancia respecto a los empollones
y a la amabilidad de los ricos malcriados, y me trasladé
para vivir de nuevo con mi madre, con la esperanza de
sumergirme de nuevo en el flujo que había dejado atrás
hacía un año. ¡Vaya sorpresa! La escuela secundaria en la
que acabé en mi “regreso a casa” era similar a una
prisión – armas, cuchillos, drogas, violencia… un ambiente
no académico es lo mejor que se puede decir de
aquello. Aprendí muy poco en los siguientes tres años de
escuela secundaria.
No fue sino tras acabar la escuela secundaria, en un
viaje a Boulder, Colorado, para visitar a un viejo amigo
reclutado para jugar a fútbol en la Universidad de
Colorado, que me enamoré de una ciudad y de una cultura
y me sentí como en casa. La paz, la naturaleza, la
diversión y el reggae en directo de Boulder me recordaban
la parte más cálida de mi niñez.
Teniendo un currículum académico menos que estelar
de mi escuela secundaria, me apresuré en apuntarme en
la universidad como estudiante a tiempo completo, escogiendo
Biología. Poco sabía al escoger este campo que en
ese momento la Universidad de Colorado era una de las
más importantes escuelas pre-médicas de la nación, de
modo que me encontré rodeado de estudiantes que se
tomaban muy en seria los estudios académicos. Con mi
falta de disciplina en la escuela secundaria, no me fue
fácil abrirme paso en el currículum de alto nivel de la
universidad.
En 1998, en algún momento de mi tercer año de universidad,
un amigo neo-hippy me enseñó un libro titulado
Autobiografía de un yogui. Cuando vi la portada, supe
que había visto el libro antes. Había sido en la estantería
de mi madre, estando disponible para mí en estos años
tempranos de iniciación en la metafísica. Y, no hace falta decirlo, Autobiografía de un yogui me sacó de golpe de
mucha de mi prolongada angustia existencial de adolescente,
y volvió a despertar una relación entre mi “ser
superior” y aquello con lo que yo había llegado a identificarme.
El mismo amigo que me dio el libro encontró a
Satchidananda en un anuncio en la contraportada de una
revista de yoga, y poco después fui iniciado. Escuchando
sus palabras fui iniciado.
Durante esta primera iniciación, recuerdo haber sentido
la punzadas emocionales indicativas de lo que me
madre me había enseñado como señales de la verdad, y
haber apuntado en mis notas “esto es lo auténtico (es
decir, lo verdadero). No te confundas”. Tres puntos principales
que indicó Satchidananda me tocaron realmente:
1. Todos estamos soñando con nuestros ojos abiertos.
2. La cantidad de felicidad en la vida de uno es directamente
proporcional a la propia disciplina.
3. Si no abandonas,
un día seguro tendrás éxito.
Llegué a casa comprometido a no dormirme a través
de la práctica continua de lo que había aprendido. ¿Fue
mi práctica siempre perfecta? No. ¿Me caí del caballo?
¡Puedes apostarlo! Pero usaba Arupa Dhyana Kriya para
analizar y comprender las propiedades de la disciplina
dentro y fuera (punto 2 anterior) y me aferré firmemente
al punto 3 como si mi vida dependiera de ello.
En el semestre de otoño de 1999, poco después de
tomar parte en la segunda iniciación, y durante mi último
año en la universidad, el mismo amigo que fui a visitar
a Colorado años antes me invitó a explorar Brasil con
él y con su nueva novia brasileña, y varios compañeros
más. Aunque sabía que este viaje sería intenso, como él
siempre tendía a sacarme fuera de mi zona de comodidad,
sabía que sería un error perderme una fiesta de año
nuevo en Brasil, aunque sería mucho más fácil pasarla
sencillamente haciendo snowboard en las montañas de
Colorado.
Me presenté en el aeropuerto y allí estaban mi amigo
y la chica brasileña, pero nadie más. Él me explicó que
sólo estaríamos nosotros tres yendo en este largo viaje de
un mes por Brasil. ¡Así que iba a ser el “tercero en discordia”!
Me llevó un día darme cuenta de que cualquier contribución
que hiciese no iba a ser apreciada. Más aún,
debería hacer lo mejor posible en volverme invisible.
Como no hablaba portugués, pasé las siguientes tres semanas
en silencio (mouna yoga) y también me centré en
practicar continuamente mi nuevo mantra de la segunda
iniciación (Shiva).
Aquí estaba en Brasil, básicamente una espina en el
costado del romance de esta pareja. El viaje fue bastante
similar a una pesadilla a pesar de la impresionante
belleza del país y de los sorprendentes lugares que visitamos.
Entre la práctica continua del quíntuple camino del
Kriya Yoga de Babaji, el mouna yoga, el mantra de Shiva,
el tapas y la subversión energética de mis compañeros de
viaje, mi ego estaba siendo desmantelado a un nivel que
no había experimentado hasta ahora.
Pero entonces sucedió… mientras mi amigo y su novia
jugaban en la playa, un nuevo conocido me trajo un bol
de un puré denso y púrpura, de aspecto misterioso, con
trozos de avena y rodajas de plátano y gotas de miel.
Devoré la mezcla. Supe instantáneamente que los que
estaba comiendo era más que un delicioso placer.
Compartí un poco con mi amigo y él también se enamoró
del acai.
Fue días después, en una isla que era una reserva para
la vida salvaje de Brasil, Fernando De Naronha, a dos
horas de vuelo hacia África, mientras comía lo que
parecía ser mi último bol de acai, ¡tuve la epifanía!
Nosotros, mi amigo y yo, deberíamos importar esta fruta
y comenzar nuestros propios cafés Acai en Estados
Unidos. Miré a mi amigo, compartí la idea y él estuvo
inmediatamente de acuerdo. De vuelta al continente
brasileño, y antes de que mis compañeros de viaje y yo
nos separásemos para tomar diferentes vuelos de vuelta
a Estados Unidos, mi amigo y yo nos estrechamos las
manos y dije: “No renunciemos hasta que tengamos
éxito”.
Acabé el semestre de primavera del 2000. Pasé el verano
en Boulder, escribiendo un plan de negocios con mi
amigo (y pronto compañero oficial de negocios). Un
hombre de negocios nato, y habiéndose especializado en
finanzas, mi amigo podría trabajar en proyecciones
financieras mientras yo investigaba por qué (científicamente)
el acai era considerado como la fruta más
poderosa del Amazonas.
Mientras trabajaba en el plan de negocios, recibí una
carta informándome de que a mi amigo y a mí se nos
llamaba para testificar en defensa de un compañero de
facultad con el habíamos estado esquiando hace un año o
dos y que se había roto la espalda intentando saltar desde un telesilla para evitar morirse de congelación… una
larga historia. Compartí mi historia del acai al comer con
el padre del amigo por el que íbamos a testificar. Él preguntó,
“bien, ¿cuál es el siguiente paso?”. Le dije que
justo la noche anterior, antes de leer El arte de la guerra,
había comprendido la necesidad de visitar el Amazonas
para investigar y poder controlar la provisión de la fruta
(al estilo de El arte de la guerra). Él respondió “¿cuándo
te vas?”. Le dije que tan pronto como pudiéramos reunir
suficiente dinero para los billetes de avión. A lo que él
replicó… “¡Ve! Puedes devolvérmelo más tarde”.
Tuvimos un contrato escrito para la distribución exclusiva,
hicimos un montón de copias y nos encontramos en
la ciudad amazónica de Belem jugando a los detectives.
Sucedieron muchas cosas locas… demasiado para compartir…
Pero el evento más significativo sucedió cuando
tomamos un recorrido guiado hacia el bosque.
Aprendimos que la gente que vivía allí ganaba más
dinero vendiendo acai del que ganaban vendiendo
madera u otros bienes sostenibles. SAMBAZON, un
acrónimo de Sustaining And Managing the Brazilian
Amazon (sosteniendo y gestionando el Amazonas
brasileño) había nacido como idea para unos seis millones
de acres, y funcionó.
La sadhana de Kriya Yoga de Babaji ha sido algo integral
en darme fuerza, concentración, disciplina y quizás
lo más importante, la visión para cumplir todas las
empresas de mi vida. He estado dando iniciaciones
durante cerca de cuatro años en todo tipo de lugares, a
todo tipo de gente. Conforme la vida sigue y se disuelven
las viejas concepciones, a las que no me aferro mucho, la
vida ya no es más aburrida. Tengo una fe completa en el
Kriya Yoga de Babaji y estoy comprometido en compartir
las técnicas con todos los estudiantes sinceros.
Skandavel
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